Hay momentos en los que las preocupaciones y los pensamientos negativos nos inundan, nos distraen de los aspectos positivos, y de la propia vida. Podemos estar preocupados puntualmente, o podemos tener una tendencia a estar en continua evaluación, analizando, anticipando, reflexionando.
Sabemos que preocuparnos no nos vale de nada. Si no sucede aquello que tememos, el malestar habrá sido en vano. Si finalmente ocurre lo temido, ese tiempo invertido en prepararnos, no nos será útil tampoco. Sentiremos igual una pérdida, un despido, una ruptura de pareja, o un accidente de trafico. Haber pensando antes en ello, no reducirá la intensidad de nuestra respuesta emocional.
Esto, que a veces resulta fácil de entender, no siempre lo sentimos así. La preocupación, se vuelve una herramienta en la que yo, me preocupo, con la esperanza de que, si pasa lo que anticipo, me sentiré mejor, más preparad@ y con más control.
Pero, ¿Por que seguimos preocupándonos, incluso, volviéndonos obsesivos?
Si efectivamente, nuestra tendencia es preocuparnos de forma obsesiva, el análisis de todo aquello que nos rodee será importante para nosotros. Observaremos y analizaremos como si cada dato encontrado nos vaya a ser de utilidad más adelante.
Si nos identificamos con este comportamiento, probablemente, nos encantará aprender, ser cultos, conocer materias, ciencias, actividades diferentes, almacenar datos y por tanto sabiduría.
En este caso, el conocimiento vendrá asociado a la sensación ilusoria de control. En nuestros análisis profundos, nos centraremos más en pequeños detalles, en detrimento de un análisis global y generalizado. Estaremos intentando que «todo» nos encaje.
Necesitaremos analizar todo con el fin de no sentirnos en una situación de «caos».
Analizando en todo momento lo que nos sucede, en lugar de sentir, y realizar una escucha corporal, nos dará la sensación de mantener los sentimientos bajo control. Siendo este el punto en el que muchas personan se definen más «mentales» que «emocionales».
Este aspecto resulta interesante ya que nos pone en la pista de que, si queremos dejar de pensar tanto, y por tanto, reducir la sintomatología asociada (malestar, miedo, tensión, ansiedad, etc) será útil que empecemos a permitirnos la expresión y vivencia emocional. Consiguiendo también con ello, exponernos a la necesidad de control, manejando positivamente los pensamientos anticipatorios y la preocupación como medio para conseguirlo.