Con mucha frecuencia, exigirnos, presionarnos suele darnos buenos resultados en casi todos los ámbitos de la vida. Nos obligamos a hacer ciertas cosas que sin presión, no haríamos. La exigencia es buena, nos ayuda a crecer, a responsabilizarnos, a rendir en el trabajo.
Es por esto que poco a poco vamos interiorizando nuestra forma de ver la vida. Qué es aquello que está «bien» y que está «mal» bajo nuestra propia interpretación, nuestras experiencias y valores.
Esto de alguna manera, nos ayuda a organizarnos pero también hace que interioricemos juicios dicotómicos. Si para mí esto está bien, por ejemplo, hacer deporte dos veces a la semana, no hacer deporte o hacerlo con menos frecuencia “está mal”. Estos juicios los aplicamos a las situaciones, a los comportamientos de los demás y al nuestro propio.
Si nos escuchamos, veremos que continuamente nos estamos hablando. Existe un diálogo interno en el que vamos expresándonos de manera automática:
- Otra vez llegas tarde, deberías ser más puntual…
- Tendrías que haber estado más resolutivo/a delante del jefe…
- Ya llega el verano, deberías estar en forma ya…
- Deberías ser más organizado/a…
Si prestamos atención, veremos que existe un hábito establecido de crítica, de autoexigencia de cómo nos gustaría ser/estar. Son nuestros deberías personales. Aquellas normas que nos imponemos para “sentirnos bien”.
Paradójicamente, estas normas, si nos las aplicamos con excesiva rigidez, lejos de ayudarnos a ser eficientes, van a hacer que nos sintamos mal. Al no ser capaces de cumplir aquello que nosotros mismos nos hemos propuesto, sentiremos decepción, frustración, ansiedad, rabia.
Empezaremos a generar una dinámica en la que muy firmemente nos diremos, “Esto no puede ser, la próxima vez…” Pudiendo caer en el error de establecernos metas muy altas, poco realistas o mantener una actitud inconformista con los buenos resultados.
La próxima vez, a partir de ahora…
Son expresiones que nos decimos cuando vemos que no conseguimos un debería determinado. Nos estamos dando un toque de atención, y lo que hacemos es establecer una nueva norma aún más exigente. Con ello sólo conseguimos seguir aumentando la exigencia y nuestro malestar.
Para prevenir estar en esta dinámica de malestar, párate a detectar que deberías te impones día a día. Qué cosas realmente te dices que deberías hacer o cómo deberías ser y cuales simplemente deseas o te gustaría.
Ser flexibles, permitirnos no estar siempre a la altura, convertir esos deberías en términos de preferencias y plantear unos objetivos de cambios realistas, hará que disfrutemos más de la vida, de las personas y de nosotros mismos.
Recuerda: «Haces suficiente, tienes suficiente, eres suficiente»