Como vimos en el artículo de ansiedad, ésta se puede manifestar a nivel físico, emocional y conductual. A nivel físico, con frecuencia, suele afectar al estómago y por lo tanto es normal que afecte al apetito, tanto por exceso como por defecto.
En las situaciones en las que comamos, y el motor de ese comportamiento, sea la ansiedad, es posible que nos veamos comiendo de forma impulsiva, sin control, sin saborear la comida (generalmente rica en hidratos de carbono), sin establecer un orden pautado a la hora de ingerir los alimentos y lo más importante, sin hambre.
Con esta forma de comer, lejos de alimentarnos, nutrirnos, que es el objetivo, lo que estamos haciendo es calmar esa emoción. Intentamos neutralizar o reducir una emoción mediante la comida. La comida se convierte por tanto en un elemento que utilizamos como herramienta para manejar una emoción que creemos no poder controlar de otra manera.
Hablamos de ansiedad, pero también de tristeza, aburrimiento…¿Cuántas veces no sabemos qué hacer en casa y nos levantamos a abrir el frigorífico a ver qué hay? ¿O estamos estudiando exámenes, no nos concentramos y decidimos parar a merendar algo?
El primer paso importante es ver con qué frecuencia tenemos este comportamiento para valorar un posible desorden alimentario o si es una reacción que tenemos esporádicamente.
En estas situaciones esporádicas es donde nos vamos a detener.
Identificar si la sensación que tenemos es hambre o responde a alguna emoción es necesario para poder tener unos hábitos saludables y si fuera necesario, aprender pautas para manejar nuestras emociones de forma efectiva. Para ello pondremos en marcha unas estrategias muy útiles y sencillas.
Primero tendremos en cuenta los niveles de hambre que existen, explicados por Elsa Punset en su libro “Una mochila para el universo”, haciendo referencia al termómetro del hambre de Bob Greene. Como ella explica, existen varios niveles de hambre que nos ayudarán a distinguir el origen de la misma:
Conociendo que en el primer nivel es cuando asociamos la búsqueda de alimento con emociones, parémonos a pensar en ellas cuando vayamos a “picotear”.
Si estamos aburridos, tristes, ansiosos identificar si son esos pensamientos de “Vaya aburrimiento, voy a ver que hay en la nevera” o “Es viernes y no tengo con quien salir, voy a ver si me animo con el chocolate…” los que están influyendo o si realmente han pasado horas y nuestros niveles de glucosa necesitan reponerse.
Cuando la emoción que hay detrás es la ansiedad, prueba a reducirla. Practica ejercicios de respiración, ponte música relajante o tomate una infusión que ayude a bajar esos niveles de activación. Si después de aplicar estas técnicas notas que desciende tu sensación de hambre, ya tienes la respuesta. Era la emoción de ansiedad la que estaba detrás de esa búsqueda de comida. Si no es así, si no que el estómago te avisa con síntomas físicos, ¡¡Es hora de alimentarse!!.
Has identificado los pensamientos que te llevan a buscar comida, has realizado ejercicios que reducen tu activación y has visto que realmente no es hambre, pero aún así quieres comer algo. Bien. Planifica lo que vas a comer, aumenta tu sensación de control eligiendo la cantidad y disfruta de la comida.
Recuerda que estas pautas son útiles si este comportamiento lo realizas en determinadas ocasiones, y no afecta a tu vida, a tus relaciones sociales, o no te hacen sentir mal contigo misma/o. En el caso de que esta relación con la comida fuera lo “normal” es aconsejable trabajar con el manejo de esas emociones y establecer dinámicas sanas de alimentación.
Fotografía: englishsnow
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