La procrastinación, o el arte de dejar cosas para más tarde, es un hábito que desarrollamos para enfrentarnos a la ansiedad que nos provoca empezar o completar una tarea que generalmente nos resulta aburrida, compleja o insoportable.
Posponer es por tanto una vía de escape, en la que la persona se ve atrapada en un círculo vicioso:
Ante situaciones que nos resultan incómodas o que nos generan ansiedad, decidimos dejarlas para más adelante. Ejemplo de ello son situaciones sociales como pedir un favor, solicitar un cambio de turno en el trabajo, terminar el proyecto de la carrera, organizar el escritorio, etc.
A corto plazo posponer nos aporta bienestar, alivio, pero a largo plazo, si es un hábito muy frecuente, hará que aparezcan críticas sobre cómo deberíamos de haber actuado, sentimientos de culpa y síntomas de ansiedad y depresión.
Estar en este círculo tampoco nos permitirá disfrutar del tiempo de ocio y descanso, debido a la sensación de tareas pendientes, de estar evitando algo que «deberías hacer».
Antes de etiquetarnos como vagos o perezosos, es importante saber que cuando aplazamos las cosas pendientes, no es una conducta meramente irracional, si no que habrá que considerar nuestra vulnerabilidad a las críticas, al fracaso o al propio perfeccionismo. En ocasiones, posponer se relaciona con miedos a no estar a la altura, a mostrarnos imperfectos, cometer fallos o miedo al éxito.
Si nos identificamos en alguno de estos síntomas o en el círculo antes mencionado, estaremos familiarizados con las consecuencias y el malestar que conlleva esta conducta. Nos ayudará identificar qué es aquello que nos influye negativamente a la hora de realizar una determinada tarea y cómo podemos aumentar nuestra motivación para afrontarla de tal manera que no nos genere malestar.
Si te interesa conocer qué mantiene esta dinámica, puedes leerlo en este enlace.
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